País

Chile

Sinopse

Al final del siglo XIX e inicio del XX, la aristocracia rusa vivió una enorme crisis social, económica y moral. Es en ese universo que Anton Tchekhov ambienta la historia de una familia de origen noble que, sin embargo, continúa su rutina sin preocuparse en mejorar o en recuperar lo que está a punto de perder. Para Simón Morales, director de la compañía, nuestra época está marcada por la fragmentación social en un mundo que perdió su eje central. La relación, por tanto, entre el texto ruso y el presente se completa al ser nuevamente traído a los escenarios, ampliando su percepción sobre la pasividad, el distanciamiento y la expansión de las capas sociales y la seguridad indestructible de que todo será resuelto y que permanecerá igual. Así, el teatro expone su dimensión de urgencia ampliando el pasado como un acontecimiento y una experiencia radicalmente presente.

Ficha-técnica

Autor: Anton Tchekhov
Traducción del Francés: Simón Morales
Dirección: Héctor Noguera
Reparto: Alejandra Araya, Amparo Noguera, Carla Casali, Emilia Noguera, Etienne Bobenrieth, Juan Pablo Miranda, Marcelo Alonso, Mauricio Moro, Nelson Marchant, Ricardo Fernández, Rodrigo Pérez e Taira Court
Diseño de Sonido y Música Original: Diego Noguera
Violinista: Danka Villanueva
Vestuario: Pablo Nuñez
Escenografía e Iluminación: Catalina Devia
Realizador: Ariel Medrano
Coreografía: Francisca Infante
Audiovisual: Laura Galaz
Fotos: Dana Hosova
Técnico de Luz: Raul Donoso
Producción General: Piedad Noguera
Atrezos: Patricia Moreno
Producción Ejecutiva: Alexis García

Resenha

Cuando Anton Tchekhov escribió El Jardín de los Cerezos el entonces nuevo siglo XX nos llegaba ya exponiendo un mundo en proceso de fragmentación y una crisis en el contexto social. El Teatro Camino recupera el texto para exponer la fragmentación, pero en un nuevo contexto. Si antes lo que descubriríamos sería el desplazamiento del centro hacia el núcleo de poder, ahora Simón Morales, director de la compañía, trabaja a partir de la perspectiva del mundo que perdió toda la centralidad. La alienación pasiva del ambiente familiar que el autor ruso dibuja, dimensiona la pasividad también para la imposibilidad inevitable. ¿Cómo reaccionar a un mundo en el cual no se diagnostica la estructura de poder? ¿Cómo mantener la conciencia frente a una estructura amorfa, aparentemente múltiple y radicalmente diversa? El contexto nos induce a la inutilidad de la acción, imponiéndole al hombre otro estado, más propio a aceptar su condición de sometimiento frente a los acontecimientos y dejándolo menos reactivo.

De alguna manera, el teatro buscó mecanismos estéticos para reemplazar la inacción, construyendo vocabularios originales, explicando el actuar por el movimiento del crear. Siendo toda creación resultante de la especificidad de las elecciones, todo aquello que se coloca en escena más allá de lo común inmediato, se convierte en algo reactivo con respecto al sistema y a los poderes invisibles. Recuperar el texto chejoviano es también contradecir el movimiento de la necesidad de crear algo genuino, ampliando la pasividad al extremo del propio argumento del autor. Por tanto, nada puede ser más aclarador y contrario a Tchekhov que él mismo. Su dramaturgia expone un teatro en donde el hombre se revela limitado en sus principios, incapaz de destruir y de aceptar las transformaciones que se le avecinan; así como traduce con una gran magnitud la búsqueda sin frenos por un teatro que quiere ser desesperadamente nuevo al tiempo que es la falsa apariencia de una tradición. Elegir El Jardín de los Cerezos configura la complejidad de traducir el ahora sin necesariamente hacer que explote. Con seguridad, el autor solo buscaba dialogar con su tiempo. Pasadas las horas, hoy por hoy, el texto se convirtió en la metáfora más preciosa sobre aquello que revela. Con Tchekhov se reinventa el metateatro hamletiano. Vivimos otros tiempos.

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O Jardim das Cerejeiras (Foto: Dana Hosova)